
dos mitos para un solo dolor
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La escucho, sí, pero no salgo de mi asombro pues, por más que me empino y saco la cabeza de la caja, por más que rastreo entre los papeles como un can irlandés venido a menos, no soy capaz de hallar en lado alguno alguna humilde hoja de papel que no se compadezca del “aplastamiento total de la sociedad palestina” por ese pueblo hebreo tan dado de natura a la barbarie. Nobeles hay incluso –y uno se acuerda de don José Saramago, y su monóculo de la ceguera– que no ven en Israel otra cosa que una corral de peludos animales con la fauce dispuesta a ensayar en Palestina un genocidio moderno, semejante al Holocausto que en propia piel vivieron bajo las botas brillantes del Führer y su Reich...Ni siquiera Stalin, cuyo manual del perfecto antisemita se abate todavía sobre la mejor izquierda europea como la sombra que proyectan las alas abiertas de un estornino, pudiera haberlo dicho mejor, ni tampoco más alto...
Existen quienes, tristemente, parecen haber olvidado que la labor de un intelectual no es, precisamente, la de utilizar los papeles que su bien merecido prestigio les ofrecen como una linde de campo en donde desahogar las urgencias de un cuerpo ahíto de prejuicios antiguos y de mitos desde hace tiempo doblegados. Porque si la princesa y el Nóbel se hubieran empeñado en amansar los caballos levantiscos de su corazón; si se hubieran apartado de la frente el bucle de la melancolía con un apuesto gesto de cabeza se habrían seguido escandalizando -¡y quién no!- por la suerte de los niños palestinos muertos por las balas de Israel, pero también se habrían preguntado, a buen seguro, y públicamente, por las extrañas razones que, hoy como ayer, habrían llevado a unos padres, se supone que sensatos, a sacar a sus hijos de la escuela y a enviarlos en nombre de Alá, con un puñado de piedras en la mano, o una bomba en la cintura, a una muerte segura en las trincheras del rencor...
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Margalit Matitiahu |
Tengo un morboso interés en saber qué hubieran pensado algunos intelectuales al
ver al poeta árabe Naim Araidy y a la poeta hebrea Margalit Matitiahu pasar
cogidos de la mano por el estrecho pasillo que les dejó la multitud de Cuenca o
del Círculo de Bellas Artes de Madrid, mientras me era dado el privilegio de
conducirles al estrado adonde fuimos llamados a presentar Coexistence, una
pequeña antología que recogía la obra de tres poemas palestinos y tres poetas
judíos que tenían en común su férreo combate contra los muchos mitos culturales
que, a día de hoy, impiden la reconciliación de dos pueblos condenados a
entenderse. ¿Acaso que ese árabe tranquilo, cuyos gestos elegantes parecen los
de un auténtico caballero inglés, es menos árabe, o un árabe traidor, por no
querer la destrucción de Israel ni dejarse caer en los delirantes catones que
entre los suyos promueven los árabes “verdaderos”, los únicos que cuentan, los
radicales islámicos? ¿Acaso que esa menuda sefardí de los Balcanes que perdió a
todos sus antepasados en los salones de Auschwitz es una loba hebrea disfrazada
con una piel rubia de cordero, o una traidora a la causa de Israel?
Naim Araidy |
Cada vez que algunos intelectuales de occidente levantan bienintencionadamente
desde un púlpito el dedo anular de sus admoniciones, la realidad acaba
convertida en algo no muy distinto a una vasija de barro que ellos mismos
hubieran arrojado, escaleras abajo, desde la cima más altas de sus mitos
seculares. No es que no quieran; no es que no quiera, es que, aplastados por el
peso del prejuicio, su discurso no les permite dibujar en el cuadro a esos
millones de ciudadanos hebreos que, a pesar de los atentados terroristas de los
adoradores de Alá, siguen ocupando las calles de Tel Aviv exigiendo un acuerdo
justo con los palestinos; ni tampoco a esos millones de árabes-israelíes que
pueblan la hermosa Galilea y que se alejan como pueden de los espejismos de la
ira y del rencor que, esparcidos por doquier por algunos enloquecidos imanes
desde las escuelas coránicas, desde las mezquitas y las universidades, no
aceptan la construcción de un Estado Palestino si no es sobre la destrucción
–previa, absoluta y total– del pueblo y del Estado de Israel...

"Para occidente, nosotros no existimos”, reflexionaba
en alto ese bellísimo árabe que es Naim Araidy ante un par de descolocados
periodistas españoles. “Hablais de los árabes y os imagináis a sirios y
jordanos, a egipcios e iraquíes, a iraníes o afganos, pero ¿y los árabes de
Israel, los que no enviamos rodeados de bombas a nuestros hijos a las calles de
Jerusalén ni glorificamos su muerte?...para Uds. no existimos, no somos nada.
Nada. Nada. Nada”. Nadie sabe cuántos son los árabes hartos de sus líderes, de
sus imanes y de las tiranías teocráticas que les gobiernan, porque con el
beneplácito de occidente no existen entre ellos democracias que garanticen la
más mínima libertad de expresión, y cualquier disidencia se paga en sus
desiertos con la exclusión o con la misma la muerte. Más visibles son en la
democracia israelí los hijos del valor que apuestan por la reconciliación, pero
de nada les sirven sus trabajos porque el enorme ojo público del Gran Hermano
de Occidente prefiere ver los tanques destructores al brazo que se extiende con
ánimo de paz y una flauta en la mano.
Ellos, los borrados del mapa de nuestras percepciones, los ausentes del terrible drama de Israel y de Palesina, los que creen posible una paz justa basada en el reconocimiento mútuo de dos estados viables e independientes, son los grandes, los auténticos, los únicos perdedores en esta guerra absurda de intelectuales ciegos cuyas torvas arengas y ligeras proclamaciones no hacen otra cosa que dar aire a los poderosos grupos extremistas que han convertido una tierra hermosa en una ciénaga de barbarie y de locura. Dos mitos terribles, sí, para un solo dolor. ¿Qué crédito nos puede merecer el objetivo de quien, en virtud de su antisemitismo, glorifica extenuadoramente al mundo árabe o el de quien, por su amor sin fisuras al pueblo de Israel, sólo ve en el mundo árabe un sumidero de fanáticos y de terroristas? No mayor que el que tiene un caballo hermoso para un gitano viejo que no ignora que, antes de adquirir el más bello de los animales, no está de más mirar su dentadura. Pero entre nuestros intelectuales no existen ya -o son muy pocos- los gitanos viejos de sombrero de fieltro y caña de rey, y el pensamiento europeo relincha como un caballo hermoso que cabalga sobre siglos de prejuicios con los dientes cariados bajo cuyos cascos, cada día, la razón dobla sus rodillas e inclina su ya vieja testuz de hermosa pero inútil cabellera. Por eso, en días como hoy, yo prefiero, francamente, el lomo de Platero...
Ellos, los borrados del mapa de nuestras percepciones, los ausentes del terrible drama de Israel y de Palesina, los que creen posible una paz justa basada en el reconocimiento mútuo de dos estados viables e independientes, son los grandes, los auténticos, los únicos perdedores en esta guerra absurda de intelectuales ciegos cuyas torvas arengas y ligeras proclamaciones no hacen otra cosa que dar aire a los poderosos grupos extremistas que han convertido una tierra hermosa en una ciénaga de barbarie y de locura. Dos mitos terribles, sí, para un solo dolor. ¿Qué crédito nos puede merecer el objetivo de quien, en virtud de su antisemitismo, glorifica extenuadoramente al mundo árabe o el de quien, por su amor sin fisuras al pueblo de Israel, sólo ve en el mundo árabe un sumidero de fanáticos y de terroristas? No mayor que el que tiene un caballo hermoso para un gitano viejo que no ignora que, antes de adquirir el más bello de los animales, no está de más mirar su dentadura. Pero entre nuestros intelectuales no existen ya -o son muy pocos- los gitanos viejos de sombrero de fieltro y caña de rey, y el pensamiento europeo relincha como un caballo hermoso que cabalga sobre siglos de prejuicios con los dientes cariados bajo cuyos cascos, cada día, la razón dobla sus rodillas e inclina su ya vieja testuz de hermosa pero inútil cabellera. Por eso, en días como hoy, yo prefiero, francamente, el lomo de Platero...
Más no quiero
concluir mis palabras bajo el peso de la decepción, sino con un poema homenaje
dedicado a quienes, como su autor, Nathan Yonathán, iniciaron el camino,
valeroso y difícil, que les condujo a liberar su espíritu de las cómodas
cárceles de las ideologías.
Al final del camino
En todo lugar
hay un precipicio para los valientes
y una sombra para los exhaustos
y un manantial volcando su frialdad.
En todo amanecer
hay rocío para los temblorosos
y luz para los amantes
y frías piedras y salvajes pastos.
En todo anochecer
hay un sosiego para los tempestuosos
y liviandad para los solitarios
y una roca para los que yacen al final del camino.
Traducción de Esther
Solay-Levy
Posdata: Aquí os dejo los enlaces con una
breve selección de poemas de algunos de los poetas árabes e israelíes que
trabajan por la reconciliación. Poetas, todos ellos, que por salirse del
estereotipo acuñado en Occidente, pocas veces aparecerán en los papeles en los
que se dirime la guerra por la eternidad.
Quede aquí mi particular homenaje:
Grandes Obras de
El Toro de Barro
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Carlos Morales, "Coexistencia (Antología de poesía israelí –árabe y hebrea– contemporánea” Ed. El Toro de Barro, Carlos Morales ed. Tarancón de Cuenca, 2002. PVP 10 euros. |
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