
Se asemejan
a la ligereza
del aroma de la vara de incienso,
patinan bajo el agua
y no pesan
y juegan.
Rodearon mi cuerpo
cuando caí al fondo del dolor;
me miraron desnuda, golpeada
por días de lo amargo,
rodearon mi cuerpo con su brillo
y me prestaron
sus escamas.
Les agradezco ahora
que se comieran el libro del miedo,
que me hicieran flotar
mientras mordisqueaban mi cintura
y me despertaran de la atracción
del lodo,
me volvieran el rostro boca arriba
y viese las estrellas como peces
mirándome.
Y no me prometieron
sino el aire,
unas veces acerbo,
otras dorado.
Se acercan a la orilla
livianos, portadores
de un cristal muy grácil y luminoso.
Baño mi mano próxima
a ellos,
a modo de saludo,
y vienen a mis dedos...
Me recuerdan
que aún les debo el don de su silencio.
He dejado un cuadro colgado en la pared oscura, a modo de farol en medio de la noche. En él resplandece el cuerpo de una mujer inclinada sobre un esta
nque. La mujer deja caer su mano en ese mismo estanque porque quiere saludar a los peces que arrancaron las páginas del libro de sus miedos; a los peces que la despertaron a mordiscos de la "atracción del lodo" y la elevaron luego del "fondo del dolor", ayudándola a flotar, "cabeza arriba", con la sola promesa de un poco de aire...
Pero ésta no es, en modo alguno, la única virtud del poema que, como un farolillo rojo, aquí dejo encendido sobre la puerta cerrada de esta creadora. En manos de otros poetas, las muertes y resurecciones cotidianas que envuelven nuestra vida hubieran dado lugar a expresiones poéticas mucho más cargadas de emocionalidad. Maria Antonia optó por el camino opuesto: despejó esos fenómenos cotidianos de todo dramatismo, utilizando lel contraste, la antítesis y la paradoja como principales herramientas de su lenguaje poético: peces "livianos" que se acercan a la orilla con la ligereza del aroma del incienso nos arrastran a la resurección con sus coninuas "mordeduras". El propio poema es, en sí mismo, una enorme paradoja; al igual que el gran fotógrafo Darren Holmes en su "Bliss", que aquí reproducimos, María Antonia Ricas logra convertir la resurección y la muerte en personajes de un cuadro apacible lleno de silencio, de placer y de melancolía. ¿ Es por eso menos muerte la muerte en este cuadro? ¿Es por eso la resurección menos resurección?
No tiene sentido ocultar que siento una particular fascinación por aquellos escritores que, como María Antonia Ricas, trabajan con la conciencia de que el lenguaje, más allá de su capacidad para transmitir la emoción humana, es también, y por sí mismo, una fuente independiente de emociones. No es que renuncien en su obra a dejarse arrastrar por las emociones derivadas del propio hecho de vivir, no; es que se plantean -al menos- la posibilidad de ensancharlas, reconducirlas, matizarlas e -incluso- crearlas de nuevo donde no existen con las solas herramientas del lenguaje. El poema como "creación de una realidad" frente al poema como un mero "testimonio de la realidad" que se toma como punto de partida. Todos los poetas si sitúan, como equilibristas sin pértiga, entre estos dos focos de luz sobre los que se engancha el sedal vibrante de la creación, pero cada cual lo hace en una dirección distinta. Como lectores, sólo nos queda la posibilidad de elegir el farol que nos alumbre. Como editor que a veces ama lo que hace, yo abandono aquí este farol encendido, con la intención de invitar a quien lo observe a que atraviese la puerta que conduce a la poesía de María Antonia Ricas, de quien me he permitido construir una pequeña selección para el placer silencioso de los merodeadores, obtenida de esos Fantásmas y cálamos que edité en el año 2005 en los talleres de El Toro de Barro. Eran tiempos mejores.










