El Toro de Barro

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jueves, 19 de noviembre de 2009

"Las trece rosas" de Júlia Bell




Un momento de la representación de "Las trece rosas" de Júlia Bel, el 4 de octubre de 2006.

Al amanecer del día 5 de agosto de 1939, trece jóvenes muchachas de Madrid -la mitad de ellas menores de edad- fueron fusiladas a los pies de una de las tapias del cementerio del Este, en cumplimiento de la sentencia dictada por un tribunal militar que consideró plenamente probada su colaboración activa con la barbarie comunista en los días que precedieron al fin de la Guerra Civil española, y al fracaso definitivo de la esperenza republicana. Los cuerpos de estas bordadoras, enfermeras y conductoras de autobuses de la retaguardia madrileña fueron arrojados a una fosa común. 
Durante muchos años, su memoria sobrevivió en las sentinas más oscuras de la España de Franco, aunque reducida a los ámbitos estrictos de los grupos más implicados en la lucha antifranquista y en la causa de la República. La muerte del dictador, en este punto, nada alteró. Ni siquiera bajo aquel impulso espiritual que, desde 1975, emergió con la nueva democracia, nadie en el mundo de la Historia fue capaz –con la honrosa excepción del Jacobo García, en 1985– de rescatar sus voces de los polvorientos archivos del Estado, ni tampoco de instalarlas en la conciencia colectiva de la España de hoy. Como ocurrió con la Shoa –cuya literatura vengo estudiando desde hace algunos años– la "resurrección" de todas y cada una de esas muchachas ha venido –y muy tardíamente– de la mano del periodismo y del arte. 
Todo comenzó cuando Jesús Ferrero, uno de los grandes novelistas de la España contemporánea, publicó en el año 2003, en los extraños talleres de Siruela, su novela coral Las trece rosas. Aunque sus páginas estaban basadas en los hechos reales que ya se conocían, el autor no dudó en alejarse del drama político y en renunciar al frío verismo documental, porque su solo objeto era adentrarse en la normalidad de espíritu de aquellas jóvenes de retaguardia y, a la vez, contemplar la dignidad conque se enfrentaron al abismo como la reencarnación contemporánea de una dignidad moral universal que no sabe de patrias, ni se ajusta a ideologías ni entiende de fronteras, fenómeno éste que las emparentaba, por su virtud, con personajes y mitos mucho más antiguos que los surgidos o creados al amparo de la memoria de la Guerra Civil. 
La universalización del mito de Las Trece Rosas llevada a cabo por Ferrero, que de algún modo se alejaba de su utilización ideológica como fuentes legitimación casi sagradas de la ambición republicana, recibió pronto su cumplida respuesta. 
Un año después, en 2004, aparecieron Las trece rosas rojas del periodista y escritor Carlos Fonseca. Sus páginas eran, de hecho, un excelente reportaje de investigación periodística elaborado con extrema pulcritud y que buscaba enfrentar a los lectores a los acontecimientos reales que condujeron a aquellas muchachas a una zanja. Narrados con la frialdad de un cirujano, y sin más concesión a la fuerza de las emociones que las justas, el cuadro que dibuja es, realmente, demoledor. Sin embargo, y como el propio título evidencia, en la reconstrucción de los hechos resplandece la voluntad del periodista de vincular la dignidad con que se enfrentaron a la muerte con la dignidad conque la España republicana -y la comunista- combatió la barbarie del Régimen de Franco. Con ello, Fonseca devolvía su historicidad a Las trece rosas, rescatándolas para la mitología particular de la causa de la República. 
Estas dos maneras radicalmente opuestas de reconstruir los perfiles de los personajes, y de ponderar lo que en ellos hay de mito o de verdad, encontraron una suerte de síntesis en la película Las trece rosas del cineasta español Emilio Martínez Lázaro, al que hay que reconocer haber universalizado el conocimiento de este episodio de arbitrariedad totalitaria que fue el fusilamiento de las jóvenes muchachas.
 Basada en los hechos que hoy nos son sobradamente conocidos, su dirección se deleita en la reconstrucción de las vicisitudes vitales de todas y cada una de las protagonistas, y lo hace sin concesión alguna a la retórica, situando al fondo -a veces muy al fondo- el drama político y social en el que viven. Ni se aleja, pues, de la realidad histórica ni renuncia al contexto político en que se desarrolla el drama, pero se cuida mucho de ensanchar desmedidamente las distorsiones que suele imponer toda idología para rescatar en su normalidad las vidas de las fusiladas. En ellas, lo heroico no es tanto su actitud de servicio a una u otra causa, ni tampoco su mayor o menor conciencia de estar trabajando para un ideal más o menos justo, sino su capacidad para mantener intactas, en medio de la devastación, una manera particulamente generosa de vivir y su capacidad -no menos generosa- para enfrentarse al dramático abismo de su propia muerte. En este sentido, Lázaro levanta sobre un drama históricamente concreto un modelo universal de "virtud" que no dependía del espacio o de la historia para existir como tal sino de la ética individual es sus protagonistas.


Júlia Bel
Hemos dejado para el final Las trece rosas de Júlia Bel. Y lo hemos hecho porque somos conscientes de la necesidad de reparar la injusta rapidez con que suelen apagarse los fuegos que nacen de la poesía y de la dramaturgia, casi siempre a poco de nacer. La obra, que comenzó a gestarse meses antes de que Martínez Lázaro ultimase los preparativos del rodaje de su película, se estrenó en Barcelona el 4 de octubre de 2006 de la mano del grupo Delirio, una compañía de teatro creada seis años antes por Eva Hibernia y por la propia Júlia Bel, que fue la responsable última del guión. 
En él, la joven dramaturga no renuncia a la continua evocación del contexto histórico en que se desarrolla el drama, ni tampoco a utilizar ese contexto como una sólida argamasa conque apuntalar el vínculo entre la dignidad con la que las cinco protagonistas afrontan el miedo a morir y los valores morales y éticos de la causa republicana. La autora, sin embargo, da un paso más hacia adelante y concreta aún más la historicidad de su reconstrucción mítica de Las trece rosas, procurando focalizar toda la atención del espectador en aquellos aspectos de la normalidad cotidiana de la vida en la cárcel que acentúan el peso de la feminidad en sus particulares respuestas ante el totalitarismo. Quisiera o no, lo cierto es que, al escoger este camino, liberó en buena medida el mito de la historicidad que, en principio, había logrado establecer, situando a las protagonistas en un plano mucho más universal que el de la Guerra Civil, como cristalizaciones contemporáneas del mito de Antígona o, dicho de otro modo, como gestos simbólicos de la rebelión de la feminidad frente la tiranía: la rebelión de la Mujer de todos los tiempos -como mujer y como madre- contra la Tiranía de todos los tiempos.



No podemos ni debemos olvidar el atrevimiento de Julia Bel al abordar la reelaboración del mito con un guión construido todo él en verso libre, toda una locura en los tiempos que corren. Todo ello, unido al papel jugado por la música y la danza en la representación y a la rehabilitación de viejas canciones de los tiempos de la Guerra, otorgan a Las Trece Rosas de Júlia Bel una formidable carga de lirismo y de emocionalidad que, aparte de agitar las olas de la melancolía, nos reconcilia con nuestra condición humana. Y con nuestra propia historia. 


6 comentarios:

Anónimo dijo...

Ustedes los españoles están obsesionados por la guerra. Todo lo que les pasa lo relacionan con ella, como si fuera una referencia absoluta. Y es una pena, la verdad...

fgiucich dijo...

Me encantaría leer la novela y ver la película. Abrazos.

Anónimo dijo...

Me parece acertada tu manera de encarar la mitificación de estos personajes históricos. Es inevitable que esto ocurra cuando hay tantas cosas en juego desde el punto de vista de la lucha ideológica y política, por tanto me parece bueno denunciarlo o, por lo menos, decirlo, como tú lo has hecho. Yo, conocidos los hechos, me inclino por la vision universal de Ferrero o por la que hizo Julia Bel. Yo vi su obra y me parecio emocionantísima, aunque me parecio excesivo su ramalazo feminista.
Ha sido un placer conocer este blog, ánimo.

Jordi Canal
(Cornellá)

Pilar dijo...

Qué completa información, muy interesante. Pena que no se pueda decir eso der "al final justicia". Una descarga se las llevó. RIP y memoria.

A chuisle dijo...

(Ese comentario inicial tan chato y miope que molesta.) Pero entrando en el tema, hace menos de un mes que supe de esta historia, increíblemente, buscando rosas en la red, encontré un artículo periodístico en que contaban esta historia, que golpea mayormente por ser jóvenes y mujeres, madres, novias, esposas e hijas de alguien. Bien pueden ser tomadas como símbolo de lo que sufrió el pueblo español empujado a la lucha por un futuro mejor, especialmente para aquellos que poco o nada tienen. Y todo lo que tienen es fruto de su sacrificio diario. Y todo lo que son es inmensamente más, tal y como lo demostraron esas trece jóvenes mujeres en prisión y ante la muerte que llegó a ellas demasiado pronto y demasiado cruel. Sólo hay que imaginarse estar allí, para saber lo que se siente. Valoro los esfuerzos por recuperar la historia de personajes casi anónimos y olvidados, porque son como nosotros, seres humanos "comunes y corrientes", aunque ante el pelotón de fusilamiento se agigantaron como mujeres y como cristianas que no temen dar el paso que llamamos muerte.

Por supuesto que los esfuerzos por salvar la memoria histórica, si además se hace con calidad artística, merecen un buen recibimiento. Gracias Carlos por acercarnos esta historia, de la mano del arte y las letras.

Julia dijo...

Anónimo tiene un poquito de razón, pero no toda. Una guerra civil no se olvida con facilidad. Por otra parte, en USA tampoco han olvidado la suya.