en el que el gran protagonista es, según Eduardo Moga, “el lento camino de la desposesión” de un hombre eternamente sólo y perdido en los laberintos de todas las ciudades de este mundo. Sin embargo, y aunque formó parte activa de esa gigantesca marea rehumanizadora con que los partidarios de la realidad agitaron, en los años ochenta, los cimientos de la poesía española, no toda la obra de Cilleruelo puede entenderse situándola en los márgenes concretos de la estética del realismo. Y, tal vez, esa voluntad de “innovación dentro del funcionamiento del principio de realidad” sobre la que reflexiona Joaquim Manuel Magalhães, fuera la que, a la postre, y como muy bien ha señalado Valter Hugo Mãe en una breve reseña publicada en su día en Portugal, llevó al gran poeta catalán a esa posición de relativa marginalidad con que los liderazgos de las mayorías sociales suelen premiar sus desafectos. Y esto es, precisamente, lo que, al arriesgarnos por alguno de sus Túneles o al contemplarnos los ojos en El espejo del fondo, El Toro de Barro ha querido corregir con las afiladas y también tranquilas puntas de su cuerna, al modo de una señal de que, sin dejar de serlo, la realidad puede atravesar tranquilamente las puertas de la intemporalidad y de la literatura.Carlos Morales
1 comentario:
Hace muy poco conocí el blog de Cilleruelo, es excelente, de los mejores que yo he leido. No lo conocía ni conozco su obra, desafortunadamente. Voy a ver si aquí en México puedo hallar uno de sus libros.
Saludos cordiales
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