El Toro de Barro

El Toro de Barro

miércoles, 20 de enero de 2010

Cartas en la noche





En la primavera de 1982, cuando presentaba en Madrid mi primer libro de poemas, Palabras de tierra y vino, conocí a la pintora belga Simone Lerch, a la que ví llegar voluptuosamente sobria en medio de decenas de desconocidos, con el pelo del color de los jarales y flotando en el aire con un vestido de flores, como un jardín flotante. Su casa crecía rodeada por las infernales torres del poder financiero de Madrid, al modo de un farol encendido en medio del estiercol y de la más dura noche. Su casa, sí, esa casa suya que no tenía tiempo y crecía y crecía llena de alfombras suavísimas a la sombra de una higuera carnal y gigantesca, igual que un ordenado laberinto de lienzos con látigo, libros imposibles y millares de cartas escritas con pluma, a la antigua manera de los bardos.

Cierto día, mientras recibíamos al amanecer colgados de las manos de un café fortísimo, sacó una de esas cartas y me la leyó poco a poco, primero en francés, y luego en castellano. Su autora, a la que entonces yo no conocía, era su amiga Marguerite Yourcenar, que le relataba con trazos firmes algunas de sus experiencias espirituales acaecidas durante su última estancia en una remota tribu de América, al tiempo que le agradecía la traducción que estaba haciendo de sus Memorias de Adriano...Así que, tiempo antes de que saliera en España la traducción de Julio Cortázar, la vida me puso en el camino de escuchar de labios de Simone los párrafos hermoso del aquella larga carta de un emperador que habría de cambiar la mía...

Desde entonces hasta hoy, en que he comenzado a cerrar una tras otra las ventanas de mi vida, han pasado muchos, demasiados años, en los que no he dejado de recorrer mi propia cárcel, como un peregrino con las sandalias inmóviles y rotas. En ella, como una enrredadera abrazada a sus barrotes, siempre ví crecer el sueño de llevar adelante una revista de creación literaria epistolar con la que ayudarme a amueblar las habitaciones más oscuras de un espíritu que no ha aprendido del todo todavía a sacudirse el miedo a la muerte ni los espejismos -menos deolorosos- de la esperanza. Una carta es, en el fondo, una botella lanzada al mar, donde un hombre ha dejado el botín obtenido tras escarbar con su mano su propia memoria, aguardando el milagro de ver llegar de Otro yo un cabo suelto distinto del que él mismo se atrevió a lanzar cuando la solitud resplandecía. Es, sin duda, el territorio más vivo y habitable en el que la literatura se convierte en un perro de caza que, en tu nombre, persigue las rápidas y esquivas liebres de la belleza y de la sabiduría...
Eso es lo que he intentado hacer con el blog Cartas en la noche, cuyas puertas -del color de la tierra- dejo entornadas para quien quiera entrar a compartir mi búsqueda y mi caza. En este primer número se dejan sobre la mesa cartas con remite de Marguerite Yourcenar, de Alessandro Barico, de un superviviente de Asuchwitz, de Carlos Morales, de Martin Heidegger y de Albert Cohen. Cartas que van dirigidas a Esther Bendahán, a Juan Ramón Mansilla, a Hannah Arendt y a personajes vivísimos nacidos de una literatura que no fue tallada para el pasado, para el futuro ni para el presente, sino para aquellos que saben escuchar. A vosotros también, claro; a vosotros los cazadores; siempre, claro, siempre, a vosotros, pero desde la alegría...
Finalmente, permitidme que entone la música de estas Cartas en honor y homenaje a la pintora y amiga Simone Lerch, que ya no está entre nosotros, y que la deje como un ramo de flores secas en su mesita de noche, allá donde esté...


Carlos Morales


Estas son las manos de Marguerite Yourcenar.
Honor y gloria para sus dedos de peregrino.