El Toro de Barro

El Toro de Barro

jueves, 25 de octubre de 2007

«Guantes de piel humana», de Julio Clemente Lourtau



Karl Koch y su esposa Ilse, fotografiados con sus hijos en la época en que dirgían aquel terrible campo de concentración de Buchenwald, que habría de pasar a la historia como una factoría dedicada a la fabricación de guantes, lámparas y forros para biblias con la piel humana de sus víctimas.



Uno no sabrá nunca si fue por exceso de valor o por uno de esos ataques de sana imprudencia que hace irrepetibles -y también inolvidables- los tiempos de nuestra juventud, pero lo cierto es que, cuando todavía no se había diluido el olor de la cirios bajo el que fue enterrado en el Valle de los Caídos el dictador Francisco Franco, y cuando no eran pocos en España los que entretenían sus miedos y sus viejos rencores alargando hasta el infinito las listas de los que habrían de ser fusilados cuando estallara -de nuevo- otra guerra Civil, un joven estudiante de Arte Dramático se subió al escenario de la Casa de la Juventud para representar, con la única protección del cielo de septiembre, aquel diálogo terrible entre un comandante nazi y la última de sus víctimas judías que marcó la historia personal de quienes tuvieron la ocasión de escucharla en directo.
¿Cómo supo aquel muchacho los pormenores de lo que ocurrió en el terrible campo de concentración de Buchenwald, en los que se basaba el guión de sus «Guantes de piel humana»? ¿Cómo supo aquel muchacho que entonces no contaba con más de diez y ocho años del inaudito despliegue de crueldad que se ejecutó, durante cerca de diez años, tras las alambradas de aquel dantesco infierno? ¿Cómo pudo sobrepasar los férreos cinturones de la censura franquista, tan atenta para cortar de raiz lo que pudiera recordar al mundo, y a los españoles, la calaña de quienes fueron sus aliados?
Algún día, Julio Clemente Lourtau tendrá que contarnos esa historia, porque a la altura de 1977 los sumarios que daban fe de la iniquidad de Ilse Koch, de quien partió la idea de hacer guantes y lámparas de piel humana en aquel campo de concentración de Buchenwald que dirígía su marido Karl Otto Koch, apenas sí eran conocidos en España por el personal del cuerpo diplomático, por algunos periodistas como Carlos Sentís y por los historiadores especializados en la Segunda Guerra Mundial.
Más allá de su valor, o de su inconsciencia, lo cierto es que cuando Julio Clemente Lourtau -que aparece en la fotografía superior de la derecha, poco antes de arriesgarse al esecenario- estrenó en lo últimos compases del verano de 1977 sus «Guantes de Piel Humana», faltaba todavía un año para que aquella legendaria y cuestionada serie de televisión que protagonizara Meryl Streep socializara en todo el mundo el conocimiento de aquel gigantesco Apocalipsis que sufrió el mundo judío bajo la alemania nazi. En este sentido, aquel adolescente barbilampiño se adelantó en España a la gran marea literaria que, construida en torno al Holocausto, agitó a partir de entonces todas las conciencias -incluso las más tibias- de Occidente. Y no sólo eso: aunque él no lo supiera entonces, lo suya fue, también, la primera pieza dramática en torno a la Shoa escrita en castellano y representada en castellano en el amplísimo espacio de la cultura hispanoamericana, rompiendo así con ello el monopolio que hasta entonces había ejercido el teatro y la cultura centroeuropea en la difícil hora de poner imágenes y voz a la catástrofe. Su nombre se sumó, así, al de Rolf Hochuth, que algunos años antes, en 1963, puso en evidencia en El Vicario la cómplice actitud de la jerarquía católica ante la tragedia; o a la de Peter Weiss, que en 1965 había representado con La indagación la distinta visión que las víctimas y los verdugos se habían construido de aquel apocalipsis. El joven dramaturgo español se adelantó, así mismo, a la voz del israelí Yehosua Sobol, que en 1984 se detuvo, con su Ghetto en las luces y en las sombras de la normalidad antiheroica de las millones de judíos que fueron ejecutados. En ello se resume -poco más o menos- la producción dramática en torno al Holocausto de toda la cultura occidental, en la que Julio Clemente Lourtau merece algo más que un frontispicio propio.
Si todo marcha bien, la obra volverá a ser representada en Tarancón el 16 de noviembre de este año de gracia de 2007, treinta años después de que sacudiera temerariamente las conciencias de toda una generación. Aparte de la responsabilidad de encarnar al judío -el autor hará lo propio con el comandante Otto Koch- he tenido el inmenso honor de revisar el guión de aquella legendaria obra, que ha sido reconstruido para la ocasión adecuando el texto a los pormenores de la tragedia rescatados por más de sesenta años de investigación historiográfica e incorporando por primera vez en una obra dramática relaccionada con la Shoa algunos de los poemas más célebres y capitales de Paul Celan, el gran poeta alemán que, no pudiendo tolerar haber sobrevivido a la catástrofe, acabó arrojándose a las aguas del Sena.
Será ésta, sin duda, la ocasión de reconocer y homenajear en Julio Clemente Lourtau la temeridad de quien, teniendo el valor que a otros nos faltaba de alzar su voz en tiempos aún difíciles, nos golpeó la conciencia para siempre. Y, tal vez, lo sea también para renovar de nuevo nuestro compromiso por la defensa de los valores sobre los que Occidente ha sabido construir su Civilización.





En las fotos anteriores, Ilse Koch compareciendo en el jucio seguido contra ella; cabezas reducidas y diversos objetos de piel humana elaborados para su uso personal y, finalmente, Julio Clemente Lourtau y Carlos Morales en los ensayos de la obra Guantes de Piel Humana.



Ilse Koch, fotografiada con su esposo en Buchenwald mientras descansaba de sus interminables orgías sexuales y de su concienzuda tarea exterminadora. Ilse fue condenada a cadena perpetua, pero se suicidó en 1967 en el silencio de su cárcel. En cuanto a su esposo, el sanguinario Karl Otto Koch, fue ejecutado por la SS en 1945 por el manejo corrupo de los fondos obtenidos en los campos de concentración que había dirigido.