LA DANZA DE LOS PÁJAROS
Carlos Morales
Cielo triste
cielo mira mujer con niño dentro
hombre solo mira cielo
mira niño
mira mujer sola
contempla nube oscura pintada en cielo triste
hombre solo mira cielo
mira niño
mira mujer sola
contempla nube oscura pintada en cielo triste
Indio pone quena en boca
quena silba mágica
trota en aire
llama pájaros
pájaros duermen en monte
pájaros no quieren despertar
no pueden despertar
no saben volar en cielo triste
De pronto cielo fulge
de pronto brama cielo
toca címbalos y llora
entorna sus esclusas himen Dei
vienen pájaros en medio de tambores
pájaros y espinos la música buscando
Quena encuentra pájaro qui vola
rara escoba baila cielo triste
danza tosca
oh pájaro insolente
oh pásharo que bajas
oh páxaro infelice en plomo dibujado
Hambriento el Agnus Dei el cielo triste cruza
cielo llove pájaros y lluvia
quena llora pájaros cursivos
gozoso Santo Espíritu a pájaros espera
a pájaros que lumen pecatta tollis Dei
al cabo pico santo rompe pájaros ingrávidos
plumas llueven
en garra de Dios oh pájaro abolido
Indio sella boca
guarda quena
hinchado Sancti Espíritu regresa a la montaña
ya no pájaros
ya no ojos mirando cielo triste
solombras nubes rojas
sólo un hombre en la tempesta
mujer sola con niño dibujando
el rastro del espíritu
el caos que se avecina
Compuse este poema el 4 noviembre del año 1999. Era el primero que escribía despues de más de quince años...
Lo tallé bajo el peso de un erróneo diagnóstico médico, que me había situado ante la posibilidad de una muerte largamente inesperada.
La experiencia inmediata de la que surgió no fue otra que la contemplación de un espectacular vuelo de rapaces que se nos ofreció en la visita a un safari madrileño, adonde llevé a mis hijos para celebrar mi cumpleaños. Su ir y venir por el aire, en busca de la carnaza que les ofrecían sus cuidadores, me condujo -de pronto- a la evocación de un rito muy antiguo de los Incas, en el que los sacerdotes soltaban pequeños pájaros al cielo para que sirvieran de alimento a las águilas sagradas. A unos metros de mí, una mujer embarazada, con la que crucé los ojos. Ahí, en esa doble fuente, se originó la iluminación y su torrentera: porque fue una iluminación, una convulsa iluminación.
No escribo de oficio: escribo cuando ardo. En realidad no escribo: cuando lo hago, mi mano se agita movida siempre por las manos de un fuego que está fuera de mí, pero que me quema por dentro.
Escribí los primeros versos en unas servilletas de bar, en el autobús que nos llevaba de regreso a casa. Luego, ya solo en medio de la noche y del caos de mis papeles, solté los versos uno a uno, como si golpeara al aire con una exhalación de latigazos. Mientras llovía.
Escribirlo fue la rebelión inútil de un "pájaro insolente", de un "paxaro infelice" ante el poder devastador de ese "agnus dei" que, con el vientre hinchado, amenazaba con llevarme a la desaparición justo en el momento en que una bellísima mujer embarazada me miraba con los ojos inyectados de alegría...Todavía recuerdo a aquella mujer, sus melenas rojizas pintadas bajo el cielo de un atardecer lluvioso y un hijo pequeño cosido a su cintura. La recuerdo ahora, sí, la recuerdo ahora.
Confieso humildemente que todavía no sé si la hechura entrecortada del poema fue consecuencia de un ejercicio de mi propia voluntad o el fruto inconsciente de un estado absoluto de iluminación.
Sólo utilicé imágenes, porque me era imposible toda racionalización.
Utilicé palabras ilegales e incluí palabras en latín y en sefardí, pero sin inclinarlas, porque en aquellos momentos no eran gestos de una lengua ajena sino ofrendas de una lengua universal que me era ofrecida como un ancla para sobrevivir.
Y procuré tejerlo todo toscamente, alterando por completo las armonías rítmicas con las que siempre he estado obsesionado, y sin concesión alguna al lirismo emocional, o a la retórica a la que soy propenso como una enfermedad que, a dia de hoy, me parece incurable. De lo único que recuerdo haber sido consciente mientras lo componía es del uso voluntario de los signos simbólicos, que tenía mucho que ver con esa secreta religiosidad que suele aquejarnos tan frecuentemente a los ateos. Fue una manera de luchar contro todo lo que fui.
No recuerdo mucho más de aquella noche. Sólo sé que fue la primera de las pocas noches que tardé en escribir, como una larga despedida, El libro del Santo Lapicero, que me editaron pocos meses después. Era el primer libro después de quince años de silencio. Un libro nacido en un zoológico. Cosas que pasan...
Lo tallé bajo el peso de un erróneo diagnóstico médico, que me había situado ante la posibilidad de una muerte largamente inesperada.
La experiencia inmediata de la que surgió no fue otra que la contemplación de un espectacular vuelo de rapaces que se nos ofreció en la visita a un safari madrileño, adonde llevé a mis hijos para celebrar mi cumpleaños. Su ir y venir por el aire, en busca de la carnaza que les ofrecían sus cuidadores, me condujo -de pronto- a la evocación de un rito muy antiguo de los Incas, en el que los sacerdotes soltaban pequeños pájaros al cielo para que sirvieran de alimento a las águilas sagradas. A unos metros de mí, una mujer embarazada, con la que crucé los ojos. Ahí, en esa doble fuente, se originó la iluminación y su torrentera: porque fue una iluminación, una convulsa iluminación.
No escribo de oficio: escribo cuando ardo. En realidad no escribo: cuando lo hago, mi mano se agita movida siempre por las manos de un fuego que está fuera de mí, pero que me quema por dentro.
Escribí los primeros versos en unas servilletas de bar, en el autobús que nos llevaba de regreso a casa. Luego, ya solo en medio de la noche y del caos de mis papeles, solté los versos uno a uno, como si golpeara al aire con una exhalación de latigazos. Mientras llovía.
Escribirlo fue la rebelión inútil de un "pájaro insolente", de un "paxaro infelice" ante el poder devastador de ese "agnus dei" que, con el vientre hinchado, amenazaba con llevarme a la desaparición justo en el momento en que una bellísima mujer embarazada me miraba con los ojos inyectados de alegría...Todavía recuerdo a aquella mujer, sus melenas rojizas pintadas bajo el cielo de un atardecer lluvioso y un hijo pequeño cosido a su cintura. La recuerdo ahora, sí, la recuerdo ahora.
Confieso humildemente que todavía no sé si la hechura entrecortada del poema fue consecuencia de un ejercicio de mi propia voluntad o el fruto inconsciente de un estado absoluto de iluminación.
Sólo utilicé imágenes, porque me era imposible toda racionalización.
Utilicé palabras ilegales e incluí palabras en latín y en sefardí, pero sin inclinarlas, porque en aquellos momentos no eran gestos de una lengua ajena sino ofrendas de una lengua universal que me era ofrecida como un ancla para sobrevivir.
Y procuré tejerlo todo toscamente, alterando por completo las armonías rítmicas con las que siempre he estado obsesionado, y sin concesión alguna al lirismo emocional, o a la retórica a la que soy propenso como una enfermedad que, a dia de hoy, me parece incurable. De lo único que recuerdo haber sido consciente mientras lo componía es del uso voluntario de los signos simbólicos, que tenía mucho que ver con esa secreta religiosidad que suele aquejarnos tan frecuentemente a los ateos. Fue una manera de luchar contro todo lo que fui.
No recuerdo mucho más de aquella noche. Sólo sé que fue la primera de las pocas noches que tardé en escribir, como una larga despedida, El libro del Santo Lapicero, que me editaron pocos meses después. Era el primer libro después de quince años de silencio. Un libro nacido en un zoológico. Cosas que pasan...
De algún modo, fue un poema capital. Por eso lo edité de nuevo en un cuaderno magro de poemas que se titulaba Salmo, allá por el año 2005. Poco más, como escritor, he hecho desde entonces....
No sé por qué cuento ésto. Acostumbrado a hablar poco de mí mismo, y de hacerlo siempre a través de los libros que he editado, me cuesta mucho si quiera intentarlo de un modo directo. Supongo que lo necesitaba, tal vez porque es preciso crecer hacia dentro antes de empezar a crecer hacia lo alto. Crecer hacia lo alto: volver a escribir; y volver -también- a azuzar las alas de ese Toro de Barro que heredé del sueño editorial de mi buen amigo Carlos de la Rica, a quien tanto recuerdo.
Acaso haya llegado la hora de volver a empezar.
Y no sé cómo decirlo...
12 comentarios:
Pues se diría que es un icaro. Y para soltar un icaro, así con ese fuego que hablas, hay que estar iluminado (al menos momentáneamente) por algún alma de chamán. Hubo un tiempo en que chamanes, magos, artistas y abuelos narradores eran la misma cosa. Luego se ha diversificado. Se lo debemos, en parte, a esa religión sin religiosidad que suele aquejarnos tan frecuentemente a los ateos...
Vaya poema. Y además, me recuerda mucho a ciertas noches de viaje interior, tan cerca de eso que llamamos "muerte" física. Gracias. Y sobre todo, enhorabuena por remontar la ola del Toro de barro.
Hoy hablan RAB y Fata Morgana al unísono.
¡Es alucinante!
¡Tengo los pelos de punta!
No es un poema común; no me recuerda a ningún poeta. Es insólito. Extraordinario. Me gusta ese modo de inventar palabras, de inventar lenguaje, de integrar vocablos de otras lenguas como si fuera nuestra lengua. El poema es una metáfora demoledora de la fuerza del fatum, o del destino. Nacemos y saltamos como ciervos felices, ignorantes de qu nuestra vida pende de un hilo. Por un lado lamento que pasaras por esto, Carlos, pero si había que pasar por esto para escribir un poema como este, creo que mereció la pena. Y suerte con el Toro.
Desde Hamburgo, y con afecto.
"Crecer hacia dentro antes de crecer hacia lo alto" sería una confesión de cómo se siente la poesía si no fuera porque el poema, conciso, cortante y fuerte, desborda la confesión. Intensidad desnuda és de cristal tallado. "El rastro del espíritu" se abalanza sobre "el caos que se avecina". Y la respiración recomienza tras los dos últimos versos, lo justo para volver al inicio del poema.
Un poema que sale del fondo mismo de la vida, de los rincones más oscuros del alma y es el grito de aquel que sigue luchando. Abrazos.
¿Donde caminan las ánimas
que mueren y renacen cada día?.....así comienza un poema que escribí hace algunos años...
Carlos, te cruzaste con la vida a pesar de haberte encontrado con la muerte y entonces comprendiste el sentido de tu vida. ¿Hay diferencia entre la muerte del alma o la muerte del cuerpo? ¿Hay diferencias entre la vida o la muerte? Sólo el miedo a crecer nos limita en esta vida terrenal.
Como otro te ha comentado ya quizas era necesario vivir la experiencia para ese crecimiento. Y ya ves, tu pariste otro "hijo" más con ello, hijo del cual te sientes tan orgulloso....
Namasté Carlos
el poema lo hemos leído a dos voces mi sobrino y yo...nos ha gustado, muy musical...
He de reconocer que me ha llamado mucho la atención la manera en que Carlos ha narrado la intrahistoria de este "poema capital", porque no es común que los escritores quieran hacerlo. Pero no creo que sus palabras deban apartarnos de lo verdaderamente importante en este post, que es el poema mismo.
Al advertir de su contenido simbólico, que convierte el poema en una alegoría -y en una metáfora- de la lucha del hombre con el poder de Dios, Crlos nos ha ofrecido un cauce para su lectura, que no era el único. A mí, lo que me ha llamado mucho la atención es la ruptura de la sintaxis con la que Crlro de un modo voluntario ha querido trabajar; esto da al poema, es verdad, una textura tosca, casi antipoética. También me ha llamado la atención su enorme musicalidad, logrda a costa muchas veces de esa ruptura de la sintaxis: todo el poema es, a mi me lo parece, una pieza musical muy muy pero que muy primitiva, como una canción conseguida con tambores de guerra. Y finalmente, me ha llamado la atención el poder narrativo de un poema escrito así: uno ve las imagenes, las ve creciendo y creciendo hasta dejarse sin respiración.
Quiero felicitar a Carlos por este poema. Es un grandísimo poeta.
Carlos, tu poema es puro rapto, pura vehemencia luminosa, trance, palpitación y alumbramiento.
Gracias por compartirlo, por escribirlo, por dejarte preñar de fulguración.
Un lujo que se explique lo que se escribe, con palabras directas porque veo al final del post, te resultan necesarias. Cuántas veces hay que pedir perdón por lo necesario, justificar lo que uno cree que es o lo que desea ser. Un gusto leerte. Muy rítmico, como dices, el poema, sones primitivos, a eso me supo.
siempre es un placer añadido conocer la génesis y las circunstancias que rodean la composición de un texto...
impetuoso, ardiente y visceral, fascinante danza de los pájaros...
un abrazo, Carlos
Caro Carlos,
Aún otro día he pasado por aquí, venía a agradecerte tus palabras, siempre generosas. Entonces me encontré con esa entrada, hacía tiempos que no publicabas nada tuyo, ahí ese poema y todo lo que cuentas… y no pude decir nada en aquel momento porque me inundó de un gran silencio emocionado, por lo profundamente humano que envuelve tus palabras y por la gratitud por compartir ese momento, el nacimiento de ese poema. Gracias.
Me alegro mucho de que hayas regresado y, quiero yo también dejarte un abrazo fuerte y grato.
Tânia
Paso a dejarte un abrazo y muchísimas felicidades.
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