Goya, Duelo a garrotazos. |
EL OLOR DE LA GEHENA
Han pasado ya diez años desde que atravesé por primera vez los campos de Galilea, y todavía no acierto a entender cómo me fue
posible poder unir un puñado de poetas árabes y hebreos en esa humilde aventura
editorial que cobró hechuras de piedra allá por el año 2002 en una pequeña
antología que titulé Coexistence, y que sigue siendo hoy, al
parecer, la única en que tal empeño se reveló como posible. No merece la pena
recordar las tensiones extremas que hubimos de soportar quienes estuvimos al
frente de aquél inusual proyecto que el tiempo ha convertido en un homenaje a
los hijos del valor. Y es que los poetas árabes y hebreos que decidieron
comparecer públicamente juntos con su literatura lo hicieron en plena Segunda
Intifada, cuando el recrudecimiento del conflicto palestino-israelí había
vuelto a levantar de sus cenizas los viejos mitos del rencor con que los
fanáticos y radicales de ambos mundos habían hecho de la absoluta “destrucción
del otro” el rasgo más patriótico de la identidad individual y de la voluntad
colectiva.
A pesar de
esta atmósfera asfixiante, las libertades democráticas otorgaban entonces –y
también ahora– a los intelectuales y escritores israelíes una enorme capacidad
para manifestar su disidencia y sacudirse de encima el yugo ideológico y vital
de esa mitología de guerra. Más allá de los calificativos de “traidores” que
tuvieron que soportar por parte de algunos intelectuales ligados a los sectores
más antipalestinos de la cultura nacionalista israelí, la mayoría de los poetas
israelíes a los que pedimos su participación no vieron inconveniente alguno en
comparecer a pecho descubierto con sus colegas árabes, conscientes de que esa
era la única manera de hacer visible que el respeto y la mutua aceptación
seguían siendo un horizonte probable.
Del lado
árabe, sin embargo, la respuesta a nuestra solicitud fue casi unánimemente
negativa. A diferencia de sus colegas israelíes, la falta de un contexto
democrático en sus países y la opulenta legitimación religiosa de la guerra
contra Israel operada mayoritariamente en su contexto social, impedía a la
mayoría de los escritores y poetas cuya colaboración recabamos hacer pública su
disidencia frente a la aplastante fiebre antijudía de la sociedad de que
formaban parte. Algunos se negaron a participar en un proyecto que, de algún
modo, daba árnica a los que nunca habían dejado de ser sus enemigos; los que habían
sido partidarios de mantener un diálogo intercultural fluido con sus colegas
hebreos, se mostraban moralmente incapaces de perpetuarlo en aquel contexto de
guerra y represión; muchos dilataron su respuesta, y otros se negaron a
participar solamente por miedo a perder su prestigio y hasta su propia vida. Cuando, en aquel contexto realmente
envenenado, algunos poetas árabes de Galilea como Naim Araidy, Shamer Kahir y
Mohamed Ali Taha decidieron finalmente dar el paso y comparecer públicamente
con sus poemas junto a los hebreos Margalit Matitiahu, Pnina Amit y Nathán
Jonathan, no pude por menos de bajar la cabeza, intimidado ante aquel
gigantesco ejercicio de valor, que todavía hoy me sobrecoge.
Todavía no
acierto a entender por qué me fue dado vivir un privilegio como éste, pero sí
sé que es un privilegio que ya no volveré a vivir, no al menos mientras los hilos
de Dios sigan haciendo del conflicto palestino-israelí un bucle de dolor
interminable. Una gehena para los mejores hombres, y para los hijos del valor,
y de la vida.
2 comentarios:
Parafraseando al poeta Francisco Luis Bernárdez: "Empezaré a decir siempre, no volveré a decir nunca". Con fe y esfuerzo, todo es posible.
Una muy interesante reflexión. Abrazos.
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